Escoltado por la diosa fortuna, en el choque que le enfrentó al Real Valladolid, el Levante sintió en propia persona la tendencia contraria. Son las emociones que acompañan al fútbol en cada jornada. Es una evidencia que el impacto de la acción del primer gol local no fue tan definitivo como el gol que certificó el triunfo granota ante la escuadra castellana hace siete días, en prinicipio porque los factores espacio y tiempo no parecía tan determinantes, pero la diana de tipo circense que adelantó al Espanyol propusó una variación drástica. El encuentro se complicó después de que la escuadra azulgrana transitara por el mismo sin excesivos sobresaltos y siguiendo con fidelidad un guión que acentúa el contragolpe con Martins como principal punto focal. Y fue en ese instante cuando regresó a la memoria la acción furibunda del atacante nigeriano, tras un excelente servicio en profundidad de Rubén, que sacó desde la línea de gol un defensa de la zaga españolista en los arrabales de la confrontación.
El gol fue un auténtico compendio de mala fortuna. Navarro trató de despejar un lanzamiento de falta que ejecutó Simao y el esférico se estrelló ante Iborra y se coló en la portería de Munúa aunque no tardó el grupo levantinista en exceso en recuperar la autoestima en una jugada de fe y de pillería. Rubén, en su primer duelo ungido con la condición de futbolista profesional, imaginó cómo podía finalizar un balón que llovía desde el cielo tras salir de las botas de Héctor Rodas desde la guarida. El joven demostró convicción y astucia. Imaginó que el balón podía llegar a Casilla previo toque con la cabeza del central. Y decidió seguir el curso de la jugada para interponerse entre el cuero y el cancerbero. Rubén arqueó la cabeza y con un ligero toque logró desorientar a Casilla en la salida. El gol restituyó el duelo, pero no fue definitivo para el Levante. En ese sentido, Sergio García, Stuani y Verdú, convertidos en un terceto letal, decidieron adquirir protagonismo para decantar el enfrentamiento.
Nadie mejor que estos tres jugadores para representar el juego de la sociedad local. Por norma, el Espanyol no pasó en exceso por la zona del medio del campo. No parecía su objetivo. Ni una consigna establecida. Los medioscentros nunca fueron determinantes. El partido lo ganó el Espanyol desde los costados y a partir de la extrema movilidad de estos jugadores, básicamente de Sergio García, un futbolista de movimiento indetentable capaz de surgir por cualquier punto y espacio de la vanguardia para confundir a los defensores granotas. La asociación de Verdú con Sergio García fue el preludio del gol de Stuani. Y sin tiempo para metabolizar el sopapo, apareció de nuevo Sergio por el balcón del área del Levante para buscar y encontrar el palo largo de la meta de Munúa. Al Levante le quedaba su amor propio para expresarse en el campo con más emoción que clarividencia. Y la mirada afilada de Barkero. El vasco leyó un desmarque de Martins para proponer un mano a mano entre el atacante y el guardameta. Martins recortó las diferencias sobre el tiempo y generó la duda sobre el feudo de Cornellà-El Prat. Y el Levante soñó con la igualada tras una soberbia jugada de Pedro Ríos por el perfil derecho del ataque azulgrana que cabeceó Michel y volvió a sacar sobre la raya de gol un defensor españolista. El balón le cayó a Martins y fue Casilla quien conjuró definitivamente el peligro alejando al Levante de la igualada.
El gol fue un auténtico compendio de mala fortuna. Navarro trató de despejar un lanzamiento de falta que ejecutó Simao y el esférico se estrelló ante Iborra y se coló en la portería de Munúa aunque no tardó el grupo levantinista en exceso en recuperar la autoestima en una jugada de fe y de pillería. Rubén, en su primer duelo ungido con la condición de futbolista profesional, imaginó cómo podía finalizar un balón que llovía desde el cielo tras salir de las botas de Héctor Rodas desde la guarida. El joven demostró convicción y astucia. Imaginó que el balón podía llegar a Casilla previo toque con la cabeza del central. Y decidió seguir el curso de la jugada para interponerse entre el cuero y el cancerbero. Rubén arqueó la cabeza y con un ligero toque logró desorientar a Casilla en la salida. El gol restituyó el duelo, pero no fue definitivo para el Levante. En ese sentido, Sergio García, Stuani y Verdú, convertidos en un terceto letal, decidieron adquirir protagonismo para decantar el enfrentamiento.
Nadie mejor que estos tres jugadores para representar el juego de la sociedad local. Por norma, el Espanyol no pasó en exceso por la zona del medio del campo. No parecía su objetivo. Ni una consigna establecida. Los medioscentros nunca fueron determinantes. El partido lo ganó el Espanyol desde los costados y a partir de la extrema movilidad de estos jugadores, básicamente de Sergio García, un futbolista de movimiento indetentable capaz de surgir por cualquier punto y espacio de la vanguardia para confundir a los defensores granotas. La asociación de Verdú con Sergio García fue el preludio del gol de Stuani. Y sin tiempo para metabolizar el sopapo, apareció de nuevo Sergio por el balcón del área del Levante para buscar y encontrar el palo largo de la meta de Munúa. Al Levante le quedaba su amor propio para expresarse en el campo con más emoción que clarividencia. Y la mirada afilada de Barkero. El vasco leyó un desmarque de Martins para proponer un mano a mano entre el atacante y el guardameta. Martins recortó las diferencias sobre el tiempo y generó la duda sobre el feudo de Cornellà-El Prat. Y el Levante soñó con la igualada tras una soberbia jugada de Pedro Ríos por el perfil derecho del ataque azulgrana que cabeceó Michel y volvió a sacar sobre la raya de gol un defensor españolista. El balón le cayó a Martins y fue Casilla quien conjuró definitivamente el peligro alejando al Levante de la igualada.
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