ESPAÑA convierte el fútbol en arte y se adueña de la Historia

“La mejor Selección Española de todos los tiempos volvió a sembrar de felicidad las calles y plazas de nuestro país. Con una victoria rotunda, despiadada y categórica sobre la tetracampeona del mundo, Italia, revalidó su título y volvió a proclamarse Campeona de Europa en medio del delirio popular”. Gaspar Rosety, Director de Medios RFEF, esboza en este artículo la gran noche ucraniana.
Vicente del Bosque sacó el libro de la Eurocopa, el libro de los sabios, de los expertos, el manual de los buenos entrenadores, y lo exprimió con sus futbolistas de oro en esta vieja ciudad, fundada allá por el siglo XV como un asentamiento minúsculo de los zájaros, hoy capital de Ucrania.
España se presentó en el estadio Olímpico de la ciudad del Dniéper con sus galones de campeona del mundo y no se los quitó hasta que regreso a la ducha. La Roja jugó con cuatro hombres en la cobertura, tres registas en el medio campo y tres estiletes de corte ofensivo para taladrar la defensa italiana. Cesc Fábregas se situó como delantero centro móvil arrancando desde posiciones transitorias e irrumpiendo cuando el efecto sorpresa lo aconsejaba, siempre con peligro mortal para Buffon. Del Bosque y su equipo no permitieron tregua alguna a los hombres de Prandelli, una escuadra fornida, que usó cuatro zagueros y no cinco como hizo en el partido que abrió nuestra Eurocopa en la entrañable y querida Gdansk. En el medio, un fuera de serie como Pirlo se ocupó de dirigir la orquesta. 


El resto de músicos desafinaron ante el aplastante dominio español, una lección de armonía y buen gusto. Desde la salida del balón de las manos de Iker, otra vez el Gran Capitán, el gobernador del área, hasta el medio campo, se ofrecía una transición precisa, abierta a las bandas y regresando al centro para el arranque de Xavi y Alonso, bien resguardados por el discreto y eficacísimo Busquets, un hombre que no mete ruido y controla lo incontrolable. Llegados a ese punto, España convirtió el fútbol en arte. No se puede decir más en menos. Combinaciones, toques, triangulaciones, pases, cambios de orientación, aperturas de juego, regates, quiebros, taconazos, túneles, lujos de la expresión balonpédica para una exhibición en el Olimpo ucraniano. Fábregas, Silva e Iniesta revolucionaron los territorios de Gianluigi Buffon. El primer gol de España se convirtió en una fiesta de cumpleaños y la pelota fue la tarta.   Por el cuadrante derecho en ataque español se marchó Iniesta, lanzó largo a Ces y éste apuro hasta la raya de cal para meter un centro atrás, el verdadero pase de la muerte. Entró Silva como un cañón y su cabeza cruzó el balón al fondo de la meta italiana. Golazo sublime y ventaja enorme para un equipo campeón que, a favor de marcador, te atropella por minutos. Al filo del descanso, otros protagonistas lucieron sus mejores calidades. Sacó Iker lejano a Jordi Alba, éste jugo cortó con Iniesta y se lanzó a la aventura del ataque, Iniesta se la dio a Xavi y éste metió un pase profundo de arquitecto, tiralíneas asesino dos metros dentro del área hacia la diagonal de Alba. Tapó Buffon lo que pudo y Jordi la golpeo por abajo y a su palo. El delirio. Las gradas estallaron de clamor, de admiración, de sentimientos, de pasión extraordinaria. Y los italianos se quedaron como el boxeador que recibe un gancho en el hígado, con la rodilla en tierra escuchando la cuenta y sin encontrar el aire que alivie sus pulmones. El gol de Jordi Alba reventó el partido y puso a Italia al borde de la desesperación. Prandelli sacó a Di Natale y a Motta, a pesar de que en el primer tiempo había cambiado a Balzaretti por Chielinni. Se quedó sin cambios y la lesión de Motta lo dejó con diez. Con dos goles arriba y contra un equipo diezmado, España no quiso hacer sangre. Y, sin embargo, la hizo. Tocó y tocó, combinando hasta la extenuación, mientras los transalpinos corrían y corrían detrás de una pelota inalcanzable, inaccesible, enemiga.
Del Bosque, y Grande, volvieron al libro y lo abrieron por la página de las lecciones tácticas. Torres salió por Cesc y Prandelli creyó que se le caía encima la torre de Pisa. El nueve, el que lleva el nueve, rompió con caídas a las bandas, destrozó a los centrales, abrió huecos enormes y clavó el tercero a la media salida de Buffon. Todavía faltaban ocho minutos para acabar y Mata recibió el espaldarazo de Vicente del Bosque. A falta de dos minutos para el silbido final, Torres se fue de todos, sacó un lazo para envolver regalos y se lo enredó a un balón que salió con magia hacia las botas de Mata. El asturiano, su compañero de equipo, ganadores ambos de la Champions en Munich, tocó suave y adentro, con dulzura, casi ternura y se dio media vuelta para abrazarse a Fernando, primero, y con todo el equipo, después. Fútbol romántico, literatura de cuero.
La mejor Selección Española de todos los tiempos. Mis ojos sufrieron una invasión de lágrimas, mi garganta enronqueció, mis manos temblaron, mi corazón se disparó y sentí el alma de un pueblo tiritar de frío en medio del estío más caluroso. La mejor Selección Española de la historia. Una fábrica de sueños, el gran taller de la felicidad volvió a abrir para nosotros el gran regalo de humanidad, de valores profundos, se expandió para que lo compartiéramos. El gran sentido y de la belleza, de la alegría, de la felicidad, reside que poder compartirlo. Y España, los españoles, compartimos este sentimiento que nos arrebata de emoción, que hace temblar nuestras piernas y enrojece nuestras pupilas, que nos altera el ritmo cardíaco. No hay mayor satisfacción que hacer feliz a un país completo, a una nación entera. Lo hicieron en la Madre de todas las Ciudades Rusas, como la denominó Oleg de Novgorod. Hasta aquí vino la Selección Española, La Roja, nuestro equipo nacional, para reivindicar su tesoro, el del fútbol aplicado a los valores del humanismo. Una Selección única, irrepetible, guiada con la mano de un entrenador grandioso, táctico y psicológico, capaz de manejar el timón de un trasatlántico con la punta de los dedos, un hombre al que no le tiembla el pulso y que sabe su oficio mejor que nadie, Vicente del Bosque.
Este artículo debe terminar con la única palabra que nos sale del alma a cuantos queremos a este equipo. En nombre de la ilusión y de la felicidad, del sacrificio, del esfuerzo y del trabajo, de la solidaridad y de la generosidad, del acierto y de la precisión, en nombre de la alegría, gracias, Campeones. Mañana por la mañana me compraré un sombrero para quitármelo por la tarde cuando vaya a ver a España a La Cibeles. Fuente:R.F.E.F.

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